27 ago 2015

Desierto de Sal

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Por una carretera de tierra dibujada en línea recta que se pierde hasta el infinito llegamos a Uyuni, lugar de concentración en aymara. Y es que Uyuni, a poco más de 500 kilómetros de La Paz, pareciera estar de camino al fin del mundo. Antes un centro importante por la minería y el comercio, Uyuni ahora sobrevive gracias al turismo.
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El paisaje es desolador, en diez horas de camino encontramos cinco personas y una decena de casas como mucho. Lo cual no deja de ser inquietante, preferimos no pensar qué pasaría si se arruina el bus. ¿Cuánto tiempo tendremos que esperar hasta que aparezca alguien a rescatarnos? Vamos a la aventura, decidimos no pensar en las eventualidades.
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En Uyuni contratamos un paseo por el salar. Salimos antes de las siete de la mañana, sabemos que estamos cerca por el resplandor, es tan intenso que sin lentes oscuros te arden los ojos y corres el riesgo de lesionarte la retina. Es época de lluvias, estamos en enero, en silencio contemplamos como todo se duplica en la superficie salada, el cielo, las nubes, los turistas, nosotros.
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El salar de Uyuni es el desierto de sal más grande del mundo, con una extensión de 12 mil kilómetros cuadrados, 10 mil toneladas de sal, y más de cien toneladas de litio. En el salar también hay cactus gigantes de más de diez metros de altura, una colonia de flamencos en noviembre, y la puya raimondi, una flor pariente de la piña que florece cada cien años.
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Al noroeste de La Paz está el Lago Titicaca, un lugar magnífico para pasear por el día, y una visita algo más demorada si se dispone de un fin de semana en el lago navegable más alto del mundo. Con un día el tiempo alcanza para dar un paseo en una lancha a motor y comer trucha a la plancha con salsa picante acompañada de vino blanco.
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Nosotros decidimos quedarnos más tiempo en el lago. Luego de atravezar el estrecho de Tiquina llegamos a Copacabana. Un día lo dedicamos a pasear por el pueblo, visitamos el mercado, la iglesia de la virgen de Copacabana, y probamos pasankalla, tostado de maíz blanco con azúcar. El segundo día visitamos la Isla del Sol y la Isla de la Luna, a la vuelta nos subimos en unas balsas de totora. Hace calor y el sol quema, pero nadie se anima a lanzarse al agua helada, de un azul transparente como el cielo.
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